Manuel Sotelino
Las cofradías están compuestas por hombres y mujeres que, junto al común denominador de compartir una devoción, trabajan incansablemente, día a día, anónimamente, casí en lo secreto, por su hermandad.
Detrás de la procesión de ayer de la Hermandad del Transporte había muchas horas de trabajo callado de miembros de junta de gobierno y hermanos. Quiero citar a un elegido por Madre de Dios de la Misericordia para que todo ruede en perfecto estado de revista. José Carlos Gutiérrez fue ‘culpable’ de que ayer la Reina del Transporte atravesara la barrera de la belleza para llegar a lo mágico. Un rostrillo del siglo XIX abrochaba el bello rostro de la Señora como una caricia de terciopelo. Las alhajas precisas, el pecherín sin un pliegue de más, un pañuelo precioso, la saya preciosa de Esperanza Elena Caro cedida por la hermana cofradía de la Soledad.
El equipo de Luis Ruiz, actual mayordomo de la Hermandad, ha trabajado duro durante noches para que todo reluciera más que nunca. Incluso con guiños casi secretos como el cambio del lugar habitual de las bambalinas. La que cada Domingo de Ramos vemos en la trasera iba en la delantera en la jornada de ayer por llevar el escudo mercedario. Merced es misericordia. Y esos son los detalles que hacen a una cofradía grande y con sentido.
Capítulo aparte merece el bello exorno floral que, de nuevo José Carlos cuidó con mimo: nardos, rosas conjugadas con pitiminí y en las cenefas hipericum.
Carlos Otero fue hace unos días homenajeado en la Hermandad del Transporte por sus cincuenta años al lado de la Virgen. Ella sigue estando igual de guapa pero por Carlos los años han dejado cierta huella. Ha dejado en buenas manos toda esa sensibilidad necesaria para realzar la belleza: su sobrino José Carlos. Pero nada es gratuito. Todo es a base de horas de trabajo y de amor callado a las cofradías.